La maleza se abrió y las tres sombras se escurrieron por el claro. Únicamente la luna alumbró la lujuria en sus ojos. La habían estado esperando después de contemplarla y admirarla durante dos noches mientras danzaba en medio del claro alrededor de un viejo olmo solitario. No soportaron más su belleza. Enloquecidos decidieron hacer realidad sus deseos y poseerla. Ella los esperó con la espalda y las palmas de las manos apoyadas en el tronco del árbol. Los enfrentó con la mirada pero no fue necesario.
Antes de que un rugido alterara el silencio, un zumbido cortó el aire. El cazador más cercano a la mujer se derrumbó con una saeta asomándole por la boca. El bosque despertó por fin. Un huracán tamborileó por el claro acompañado por los alaridos del guerrero que se acercaban al segundo cazador. Los cascos del caballo se alzaron y convirtieron su cabeza en una masa sanguinolenta. El tercero no logró huir. Una hacha se le hundió con un chasquido entre los omóplatos.
El guerrero descendió de su caballo y contempló a la mujer. Ahora la veía mejor. Ya no era un destello luminoso y quedó hechizado como antes les había sucedido a los cazadores. Por primera vez su valor legendario se deshizo en latidos ante tanta hermosura, desde su garganta hasta la zona más profunda de su vientre.
Su piel dorada, su cuerpo desnudo y perfecto cuyas curvas en perfecta armonía conducían a una belleza sublime, sus ojos de color esmeralda, como el estanque iluminado de una gruta, lo perturbaban y al mismo tiempo fascinaban.
Él le habló y ella lo ignoró. Ni siquiera le agradeció su ayuda. Sólo se limitó a abrazar y bailar alrededor de su olmo.
El guerrero despertó con la luz ya madura. La esperó todas las noches, pero cada vez que intentaba acercarse y hacerla suya, despertaba en pleno día. Un atardecer, enfermo de lujuria y despecho, taló el olmo con su hacha.
Cuando la mujer descubrió el muñón, le habló por fin. El guerrero comenzó a sangrar por la boca, los ojos, por todas las fibras de su cuerpo. Su piel se endureció. En breves instantes un nuevo olmo joven ocupaba el lugar en donde había estado el árbol muerto.
La mujer del olmo, Ulme, porque así se llamaba, volvió a bailar partiendo al amanecer y regresando siempre con la luna, ella, la que sólo hablaba en defensa de su alma gemela.
Christian Eduardo Nutz De la calle, 25.11.2010